martes, 20 de septiembre de 2011

05/09/11

No he pasado por nada interesante durante el fin de semana como para poder describirlo en palabras que ojalá algún día sean escuchadas. Con este día otra semana comienza con nuevas clases, nuevos temas y nuevos trabajos, algo que simplemente no desearía hacer, pero no tengo de otra opción si quiero sobrevivir en este mundo capitalista. El mismo hombre anciano de los lunes por la mañana abré sus viejos libros y sus descoloridas transparencias para ilustrarnos en el arte de conocer el pasado. Quiso deslumbrarnos con sus conocimientos y vivencias acerca de nuestros antepasados, he de admitir que hoy día tuvo más éxito que en otras oportunidades.

Me hizo interesarme cada vez más en la religión y en la idiosincracia, tema que desde niño me cautivó: entender por que tenemos fe? Por que de manera innata sentimos que tenemos que creer en algo que no vemos a pesar de que contradiga a la ciencia moderna, que cada día gana más adeptos. Es lógico y aceptable creer más bien en algo que pueda ser demostrado en lugar de seguir escuchando mitos y relatos de un hombre que predicó paz y armonía, pero en su intento sus alianzas se rompieron. Como toda persona yo alguna vez también dudé y me mantengo escéptico tal como enseñó el buen Descartes. Sin embargo, tal vez la mejor opción sea escuchar. No a la conciencia, si no a la que está debajo de esta. Esa voz muda que en los mejores y peores momentos nos susurra lo que debemos oír, esa voz que ríe contigo, esa voz que advierte ante lo ciego, esa voz que siempre ha estado ahí.

Si la fe es la visión gracias a la creencia, puede entonces que aquella fuerza mayor ha estado con uno desde el origen de los tiempos recomfortándonos en todos esos pequeños grandes momentos, que sin saber por que nos hacen bien. Dios ha estado ahí en cada risa entre el hambre, en cada satisfacción entre las sombras, en cada abrazo entre la guerra. Puede que no de el pan a la boca, pero sí luz a la esperanza.

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