martes, 9 de noviembre de 2010

I

Estabamos caminando por un oscuro pasadiso con baldozas de un color verde hongeado por los años, no era mucho de visitar a mi tía, pero este día en especial estaba libre y sentía la necesidad de hacer algo nuevo. Ella es visitadora médica y este vez la designaron al hospital más viejo de la ciudad, uno que es bien conocido por todo aquel que vive por acá, pero al que nadie sabe llegar. Escondido entre las ortogeométricas cuadras, el bullicio del tráfico y la suciedad de los transeúntes. Acababamos de comer un ligero almuerzo en una cafetería del centro charlando de mi vida en el campo con mi abuelo y de como las malas maniobras del Estado nos trajeron a la ciudad capital. Ni bien terminamos nuestra breve comida fuimos caminando al hospital. Después de todo no estaba muy lejos, así que dejé el carro cuadrado en esa esquina.

El lugar era lúgubre y triste, no se si será impresión mía, pero la putrefacción se sentía no sólo por el olfato, sino también por los ojos y oídos. Como era de esperarse, el gobierno le daba muy mal trato al seguro social y a los pacientes que aquí se atendían. Era un milagro que los doctores atendieran a tiempo...y con respeto. Si te cedían el paso en la cola cuando eres mayor de edad, agradecele con toda tu vida a la señorita de la ventanilla. El hospital era inmeso, casi veinte pisos de enfermos y escapelos por todas partes, pero nosotros nos dirigimos al sótano, donde tenía que ir mi tía. Era la zona más solitaria de todo el edificio, tan escondido bajo la tierra que ni los sonidos de la procesión religiosa mostraba alguna señal de fervosidad. Ella me explicaba que este era el pabellón designado para "los casos extraños"; lo más cercano al infierno era lo que decían los interinos de aquí. El nombre me parecio sumamente bizarro y como si fuera una mala broma de alguna película, pero efectivamente vi cosas que los más viejos y reconocidos médicos de psiquiatría llamarían como "lunáticos". Un largo pasadizo que recorría a todo lo largo del hospital de un verde que solo se puede encontrar en esas casas tipo buque de los 50's. A cada lado del pasillo se encontraban puertas metálicas que superaban en demasía al tamaño de un hombre corriente, como si fueran a meter ahí grandes animales que solo vemos en los circos de Julio. Una tras otra, tan seguidas que casí se pierde la división de cada una. Pero justo en medio de cada puerta había una pequeña ventana con barrotes por dentro como si alguien intentara romperla. Algunos de los cuartos estaban vacíos, otros llenos de médicos y enfermeros y otros simplemente sellados con candados.

Cuando caminaba lentamente respirando ese olor que uno sólo siente en pesadillas veía como mi tía sentía eso también, pero en su rostro se mostraba una normalidad que solo se lográ cuando la rutina nefasta te obliga a acostumbrarte, como un soldado al jalar un gatillo. En una de las habitaciones vi un doctor parado a espaldas de la puerta con una pequeña tabla y un lápicero de esos que solo te regalan una vez en la vida interrogando a una paciente, parecía ser mujer, digo esto por que sólo llegue a verle las manos que estaban muy inquietas, nerviosas, más bien anciosas por saber algo, como si la duda le hubiera carcomida el resto del cuerpo. En eso, cuando nos aproximamos escuché como la misteriosa mujer con la voz quebrada preguntaba por su hijo. El doctor ahí presente respondía con un acento tan irónico que ni el mismo se lo creía; sólo respondía que su hijo estaba bien, que ha tenido leves dificultades, pero que pronto se lo mostrarían para que lo vea. Fue lo único que pudo escuchar mientras volteaba para ver de reojo tan extraña escena que se perdió mediante la puerta semi abierta ya cerraba el ángulo que formaba con la pared.

En otras habitaciones veía casos similares, pero cada uno con cierta autonomía sobre los otros. Hombres, mujeres, ancianos y niñas, todos ellos aislados en un rincón o parados en medio del cuarto hablando sinsentidos con los asistentes, que en el peor de los casos tenían que sujetarlos para poder calmarlos e inyectarles esos calmantes que te aflojan el cuerpo. Sin embargo, luego de que mi tía terminará de hablar con el médico de piso, o más bien, médico de sub-piso, nos dirigiamos al final del pasillo para tomar las escaleras que se encontraban en ese lado, pero justo veo el último cuarto a la derecha, el único que tenía un cartel en la puerta escrito en rojo esas letras que sólos doctores pueden entender. No obstante, veo por la sucia ventanilla a una joven mujer con una camisa de fuerza siendo sujetada por 4 hombres, todos ellos jóvenes y fornidos, pero ella sólo se quedaba parada mirando fijamente por la ventana en dirección a mi. Fueron segundos de miradas furtivas, pero no podía dejar de contemplarla. Poseía una belleza tan única y deseada, ella no tenía todos los atributos que la televisión vende, pero su palidez, su negro cabello lacio y sus largos ojos azules me penetraban de manera que me enamoraba, me intoxicaba, me obligaba a entrar a ese cuarto y sentirla, pero a la vez me alejaba y la misma penetración me hacía sentir pavor con tan sólo verla. Me aterraba como podía seducirme esa mujer. Esos sentimientos encontrados me marcaron para toda la vida, pues nadie más me había hecho sentir así. Ya no pude más con su atracción fatal, no tuve más remedio que voltear para el frente y seguir caminando hacia la salida.

- Ya la conociste-dijo mi tía.

-A quién?

-A la favorita de aquí.

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